Significado de la muerte de Dios
De la muerte de Dios, habló antes Hegel y Heine, el
místico maestro Eckart. Dios venia agonizando de manera más o menos decorosa
desde el Renacimiento, pero fue la Ilustración la que precipitó fulminantemente
su fallecimiento.
Al hacer referencia de la frase “Dios ha muerto”, sin
duda alguna, denotamos como una especie de síntesis de lo que es el ateísmo de
Nietzsche. Este ateísmo no involucra a Nietzsche en una mera negación de Dios,
sino que va mas allá del simple negar; le
mata. La muerte de Dios, por tanto, se convierte en Nietzsche como en un
presupuesto básico del que hay que partir para construir al hombre.
La muerte de Dios es para Nietzsche no solo la carencia
absoluta de apoyo y con peligro de muerte de toda existencia, que ha de
testimoniar para su época sufriéndola él mismo, sino que adquiere al mismo
tiempo un carácter positivo, iluminador y desgarrador. Si Dios como principio
que todo lo mueve ha desaparecido del horizonte del tiempo, entonces ha caído también
como poder oprimente y amenazador, pero sobre todo como limitación. Es decir,
la muerte de Dios en este sentido es para Nietzsche como una liberación, y con razón
va a afirmar:
“En efecto, nosotros, los filósofos y los “espíritus
libres”, nos sentimos como iluminados por una nueva aurora por la noticia de
que el “viejo Dios ha muerto”…por fin nos aparece de nuevo libre el horizonte,
supuesto desde luego, que no está claro. Por fin pueden nuestros barcos zarpar
de nuevo, hacia todos los peligros; de nuevo se permite todo riesgo al que está
en camino conocer…”
Por tanto, Nietzsche en su libro “La Gaya Ciencia”, nos
hace ver que la muerte de Dios tiene como resultado, la liberación del hombre
que se siente atado por el poder extraño de Dios y que por consiguiente lo
limita. De ahí que esta liberación se convierte como en fuente de iluminación
que hace surgir una nueva aurora para el hombre mismo. Con razón de esta
experiencia de liberación entonaba Nietzsche la canción del príncipe Vogelfrei:
“Todo me brilla nuevo y aún más nuevo, el medio día
duerme en espacio y tiempo. Solo tu ojo me mira inmensamente, ¡oh infinitud!”.
Ante todo esto, me pregunto ¿Cómo es posible que
Nietzsche se sienta iluminado por la muerte de Dios? La atracción centelleante
de la libertad solo puede ser una atracción para la humanidad cuando lo
interior del hombre espera algo, lo desea y lo mira de frente. Si Nietzsche con
su palabra de la muerte de Dios es un testigo de los grandes designios de la
humanidad, lo es también en las llamativas experiencias de la nueva libertad
que alumbró en él aquella especie de testimonio, y en los impulsos que la
hicieron libre.
Nietzsche va a romper con lo que es el camino transitado
por toda la filosofía tradicional y surge en él, podríamos decir, un nuevo
concepto de filosofía. Nos remonta al pasaje famoso de “La Gaya Ciencia”, donde
hay un hombre en constante búsqueda de Dios y que no le encuentra: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Es la
experiencia de un hombre loco, que con una linterna encendida en la claridad
del medio día, buscaba a Dios desesperadamente, y que los demás al verlo se morían
a carcajadas por la ignorancia de este hombre, al parecer de aquellos burlones.
Y al quedar sin respuesta de su búsqueda proclama ante los que allí estaban: “Le hemos matado nosotros, vosotros y yo”.
Este es el esquema del aforismo donde se afirma que Dios ha
muerto asesinado por los hombres “todos nosotros somos sus asesinos”.
La muerte de Dios promete al hombre la conquista de una
nueva dimensión de su ser; su dimensión divina. Promete no solo un cambio
individual, sino una vasta transfiguración de la historia. Esta “conversión”
por tanto, impregnará todas las formas de la vida humana y permitirá el acceso a
una historia más elevada de lo que fue hasta el presente toda la historia. La muerte
de Dios se despliega como una especie de luz nueva, difícil de descubrir, como
una especie de felicidad, de aligeramiento, de serenidad y de esperanza.
La muerte de Dios, entiéndase bien, no implica en sí
misma el secreto de una nueva fortaleza. Solo significa desprotección y
reencuentro del hombre con su propia debilidad. Para que pueda transformarse en
el camino de la fortaleza, el sentimiento de la desprotección debe ser asumido
por el hombre bajo la forma de una renuncia.
Es decir, este acontecimiento debe ser adquirido por el hombre en un acto de
voluntad, y al aceptar tal rechazo de Dios, encuentra la fuente generadora de
su propia humanidad. Y esta renuncia, este acto de arrojo por el cual asume su
renuncia, hace posible que soporte lo que pueda haber de terrible. Si el hombre
se cierra a Dios, lo rechaza y permanece dueño de sí mismo, este señorío
permitirá que se eleve el nivel de su propia humanidad. La renuncia de Dios por
consiguiente, viene a ser el supuesto de una verdadera ascensión humana.
Nietzsche en su obra cumbre “Asi habló Zaratustra”,
denota la muerte de Dios como un acontecimiento reciente que Zaratustra debe
comunicar a los hombres. Y es, el diálogo entre Zaratustra al bajar de la
montaña, y el anciano santo del camino, donde le dice: “Amo a los hombres, y el anciano santo le replica; ahora amo a Dios,
pues el hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta”.
Notamos aquí que el anciano santo considera al hombre
como un ser imperfecto y limitado, mientras que por el contrario Zaratustra lo
ama, pues en él radica la perfección divina que lo hace como un dios. Ante la
ignorancia del anciano santo, Zaratustra se dice, luego de marcharse: ¡Será posible! Este anciano no se ha
enterado en su bosque que Dios ha muerto.
Por otra parte, Nietzsche va afirmar que lo que ha muerto
es la idea monoteísta de Dios, de la
cual, naturalmente, cualquier divinización del hombre o del Estado no es sino,
una manifestación levemente maquillada. La muerte de Dios supone en modo
alguno, a no ser muy superficialmente, la obligatoriedad del ateísmo. El Dios monoteísta
es el Dios de la contraposición frontal y excluyente entre mal y bien, entre razón
y sinrazón, entre lo finito y lo infinito, lo individual y lo colectivo.
Finalmente, la muerte de Dios da acceso al infinito sin límites
que la voluntad de creencia aprisionaba en unas fronteras demasiado humanas. Incluso
Cristo, quien sin embargo había presentido el sentido de sí sin reservas, es un
carcelero en la medida en que la tradición hace de él un Salvador. Tanto así,
que el sacerdote encierra al creyente en la isla de la salvación para asegurársela;
pero desde ahora es posible la ruptura a condición, de que la voluntad tenga la
fuerza para querer la adhesión al infinito. La muerte de Dios al hacer
imposible la fe, abre cárceles que son las convicciones, con tal de que el
miedo a los riesgos de la libertad no obligue a encerrarse en nuevas cárceles;
y por consiguiente, el terror del exaltado, lo mismo que el inconsciente de los
incrédulos, va a ser el terreno propicio para las idolatrías modernas que
renuevan la vieja creencia.
El Dios muerto es ese dios mentiroso, ligado a los
necesarios errores de las épocas de barbarie; pero el hundimiento de la mentira
deja en libertad el límite de la realidad. De modo que lo que ocurre por vez
primera, es que el hombre tiene que orientarse en el mar, ante el horizonte que
huye, y que puede apartarse de la tentación de unir el sol con la tierra.
Israel Peralta B.